domingo, 13 de julio de 2014

El Homo Soccer o la revolución neotécnica del balón.


El fútbol quizás sea hoy el producto comercial mejor diseñado del mundo y de nuestra modernidad. Si por sí mismo el fútbol no existiera, sin duda no se podría haber inventado nada mejor parecido. La aparición del balón como producto cultural revolucionó las técnicas del marketing, de nuestro sistema productivo y de la tecnología… y quizás hasta el modo de concebir al hombre mismo.  

Víctor G. Pulido, para "Lineal Cero", en Cáceres a domingo 13 de junio de 2014.


A mi buen maestro y amigo, el Pr. Tomás Calvo Buezas.   


"Non sapete che cosa avete perso" [no sabéis lo que os habéis perdido].

Pintada aparecida en el muro principal exterior del cementerio 
de Nápoles, en referencia a Diego Armando Madarona.







Suele ocurrir que en algunas ocasiones, entre recién conocidos, en reuniones, congresos o ferias, tengo que confesar a lo que me dedico. Y suele ocurrir que en esas mismas ocasiones, cuando se establece una relación de confianza entre nosotros, me ponen a prueba retándome a definir cuáles son los productos simples o innovadores que comúnmente impulsaron los orígenes de cada una de las sucesivas etapas evolutivas del comercio. Dado que la escena se ha dado en más de una ocasión, suelo responder ya por automatismo. Por este orden cronológico, que sepamos, mi secuencia sería la siguiente: el sílex tallado, la arcilla cocida, la vela, la rueda, el arado, el reloj de sol, la pluma y, ya por último, el balón. ¿El balón…?, ¿el de dar patadas?. Sí, ese mismo. Pero… ¿cómo el balón?, ¿cómo puede ser?,… ¿y el transistor y los tubos de vacío?, ¿no le siguen en la cadena simple del progreso técnico?. Pues también. Pero los transistores y los tubos son productos innovadores complejos derivados de la técnica y de incluirlos, incluso como simples, antes de todo eso ya estuvo presente la pelota. Desde la edad del sílex a la nuestra del silicio el eslabón perdido de la técnica es el balón. Y sí: el de darles patadas.



 Réplicas recreativas de utensilios de sílex tallado diseñadas 
para un museo interactivo. Los niños y visitantes pueden emular 
la acción del corte como experiencia museística empleándolos.


¿Y la lanza?, ¿y la imprenta?, ¿y la máquina de vapor?. Bien, aclarémosnos: estamos todos de acuerdo en que todo lo que acompaña a la técnica disruptiva representa el comienzo de una nueva era del comercio. Pero, insisto: para que un producto o, si lo prefieren, una herramienta cultural, represente el inicio de una verdadera revolución técnica que transcienda de algún modo las bases del desarrollo económico posterior tiene que contener en su origen, al menos, tres condiciones básicas. Tiene que ser neotécnico (es decir, tiene que ser el primero “de su especie” en aparecer como tal). Por tanto tiene que ser al mismo tiempo necesariamente paleotécnico (primitivo, rudimentario, poco evolucionado, arcaico). Y consecuentemente debe asumir desde el primer momento de su aparición una actitud protécnica (impulsar por sí desarrollos técnicos y de comercio tanto propios como paralelos). Y el balón, al igual que la rueda o el arado, fue la suma de todos estos condicionantes. La lanza, la imprenta y la máquina de Watt son productos evolucionados que descienden de cada una de sus pretecnologías simples. 

Pero puesto que algunas más de nuestras pretecnologías más allá de la pelota, la pluma o la vela cumplen con estos parámetros, estoy de acuerdo en que no debe quedar ahí la cosa. Es necesario además que para que un producto simple alcance con precisión el grado de ser considerado un hito en la historia de la técnica, no por último deba constituirse en lo que los antropólogos llaman un universal cultural, es decir, todo aquella creación que la humanidad comparte sin fisuras como algo que le es propio al desenvolvimiento de su especie. Como herramienta tiene que responder a una utilidad para todos. Y esto en definitiva cristaliza en que el balón constituye el punto de partida de un producto universal más evolucionado y complejo: el fútbol como manifestación cultural, económica y de despegue tecnológico.



Las grandes ligas y las principales marcas de consumo han hecho que el balón pase 
a la historia de la producción como uno de sus más importante protagonistas.


Pero sucedió que con toda seguridad el fútbol no hubiera llegado a ser lo que era, más que un vacuo entretenimiento de pequeñas masas de aficionados si no fuera porque sus creadores, los ingleses, y su televisión, la BBC, decidieran retrasmitir su propio Mundial de 1966 y compartir la señal en diferido con algunas de las televisiones públicas de los equipos participantes. El impulso que supuso la innovación de la tele y su popularidad fue determinante para que este deporte se hiciera un hueco en la Historia. No fue hasta la década posterior cuando las retransmisiones vía satélite TelStar permitieran a medio mundo contemplar en directo los partidos de selecciones. Desde entonces los encuentros televisados y el fútbol revolucionaron la manera de concebir las estrategias del marketing y de producción de la industria cultural que posteriormente migraron a la meca del cine, la promoción de los Juegos Olímpicos y así hasta llegar en la actualidad al sector del móvil o del videojuego. Se podría decir entonces que la tecnología audiovisual empujó al balón desde su estrellato neotécnico tanto como el fútbol impulsó el  posterior desarrollo evolutivo de las avanzadas técnicas de marketing.



 Aunque hoy nos resulten de baja calidad de definición, esta imágenes 
supusieron para el comercio el inicio de nuevo paradigma de comunicación.


De hecho, no podemos llegar a suponer todavía hoy con certeza etnológica hasta qué punto estamos por la ocurrencia de un cuero cosido y toscamente abombado en la era del homo soccer; o si, como mínimo, el fútbol se aleja a pasos agigantados de ser una manifestación cultural más al uso. De lo que sí tenemos constancia contable es que, a cada año, millones de personas se suman y destinan cada vez más dedicación de su tiempo libre y de su dinero a practicar, ver o consumir fútbol. Hasta tal punto que en la actualidad el fútbol comercializado es piedra angular de muchos de los sectores directos e indirectos de la producción dedicados a la alta tecnología, la publicidad, la televisión, los servicios, el textil, la distribución, la arquitectura y, cómo no, los juegos de loterías y apuestas. Para muestra, varios botones. Los estadios de fútbol de los principales equipos españoles, junto con sus trofeos, se han trastocado en verdaderos servicios culturales museísticos: sólo con la suma del “Santiago Bernabéu”, el “Camp Nou” y el “Vicente Calderón”, estos en conjunto reciben más visitas anuales e ingresos que el mismísimo “Museo del Prado” y el “Reina Sofía de Arte Contemporáneo” reuniendo todo su tránsito. Y gran parte de estas visitas a los museos de estos clubs provienen de turistas extranjeros que peregrinan expresamente para conocer el hogar deportivo de sus ídolos. Por otra parte, los fabricantes de televisión como Philips, Sony o LG y los de teléfonos móviles como Appel y Samsung fomentan sus I+D´s tecnológicos de cara a que los lanzamientos de sus mejores productos coincidan con las grandes citas internacionales de fútbol (algunos lo llaman "innovación programada"). Del lado de la industrial del textil tenemos a Adidas y a Nike, que aspiran a enfrentarse cada cuatro años por el reinado de la marca deportiva en cada final de Campeonato FIFA: quien gane de las dos, será la mejor y recibirá un importante impulso de marca. También las grandes superficies comerciales hacen girar todas sus fuerzas de ventas en torno al astro balón. Y a cada inicio de temporada de las ligas europeas, las grandes multinacionales contratan el caché de los mejores directores cinematográficos de cine de acción para que rueden sus spots publicitarios donde pueden verse a algunos de los jugadores franquicias de cada equipo. 

El fútbol también ha llegado, cómo no, a las entrañas del sector de la especulación: el Manchester United, el primer club del mundo por capitalización bursátil, cae décimas en la Bolsa de Londres a la mañana siguiente de haber disputado un partido resuelto con un marcador en contra (el gol es el barómetro de su valor de mercado). Las apuestas deportivas on-line en torno a los enfrentamientos de equipos de fútbol ya mueven más dinero que el sumatorio de los casinos de Las Vegas, Mónaco, Macao y Atlantic City juntas. Y por supuesto que se dan cifras, cifras dispares; pero nadie sabe con exactitud real cuánto dinero remueve el balón, ni a qué velocidad de circulación transita. Cuando el actual presidente del Real Madrid C.F, Florentino Pérez, declaró en más de una ocasión a los medios que los dirigentes deportivos de los principales clubs y federaciones de fútbol, eran intrínsecamente personalidades globales influyentes, no andaba nada desacertado: muchos partidos políticos y administraciones temen enemistarse con el mundo del fútbol, ya que les supondría perder votos. El fútbol se ha convertido pues, en uno de los sectores de la producción, de la dirección de masas y del impulso de la tecnología de ocio o consumo más dinámicos e influyentes de la Historia de la Humanidad.   
  


Coca-Cola nos recuerda que el fútbol es un deporte que puede ser practicado 
en cualquier lugar, junto a cualquier persona y con herramientas sencillas. 


Ahora bien, ¿sería todo ésto suficiente para entronar al balón como uno de los pocos productos simples que sirviera de rudimento técnico para transformar la historia de las relaciones comerciales y de producción en nuestra era? No, aún todavía no lo sería. Aún le quedaría por hacer algo más al balón. Y es que para que un producto simple como la pelota suponga un verdadero paradigma pretecnológico no sólo debe ser un universal cultural y neotécnico. Tampoco será suficiente su evolución orientada a un cambio de cultura productivo. Como tampoco le bastaría con impulsar la nueva era del marketing y de la arquitectura. Ni tan siquiera que Samsung invirtiera 1.200 M$ en Brasil 2014 le serviría de coartada final. Para que un producto simple sea detonante de una nueva transformación cultural tiene que inferir además al ecosistema humano una verdadera revolución antropológica, social y política. Y lo debe llevar a cabo por sí mismo y sin ayuda de ninguna de otra técnica o intervención humana. Y el balón lo consiguió con algo tan tremendamente simple como él mismo: igualando las condiciones de aptitud para el juego para todo aquel quien lo practicara, lo que la ha conducido a ser el juego de equipo más popular de nuestra cultura humana.

Cómo llegó el fútbol a serlo desde su origen y cómo conquistó esta cultura humana no es difícil de averiguar ni tampoco emana de la elucubración febril de un forofo. En realidad el juego de la pelota con los pies dispone de reglas sencillas, no requiere de una fuerte inversión en equipamiento más allá del balón (dos piedras pueden formar una línea imaginaria de meta: la portería); y, sobre todo, obviando las Reglas de Cambridge, se puede practicar sobre cualquier tipo de terreno. Su despliegue de juego es intuitivo y pueden practicarlo todo tipo de personas al margen de su complexión física o de su poder adquisitivo. Sin duda alguna, este "juego de jóvenes e inconformistas caballeros ingleses" que sin pretenderlo dieron paso al cambio social desde un deporte neonato y menos violento (o menos elitista o aristocrático) como alternativa a los que ya existían, supuso una verdadera revolución dentro de la ecología cultural humana. Bill Clinton, durante su mandato presidencial que coincidió en el tiempo con el Mundial de EE.UU. de 1994, aseguró que el fútbol europeo era sin duda la práctica deportiva de equipo más democrática que jamás había existido. Despliega la visión de conjunto del mito del sueño americano: no se precisa de ser un atleta nato para poder llegar a hacer de él una profesión de éxito y engendra leyendas tan del gusto americano como lo hubieran sido Maradona o Pelé. Su vicepresedente, Al Gore llegó a lamentar que el soccer no naciera en los callejones decimonónicos de las grandes manzanas norteamericanas en las postrimerías de una nación incipiente como fue la suya y sí en una exclusiva universidad inglesa. Como ya definiera Dante Panzieri el fútbol es “la dinámica de lo impensado”



En palabras de Bill Clinton, ex-presidente norteamericano, la práctica
 del balón trasciende las constitución física que requieren otros deportes, 
lo hace de este deporte un ejercicio totalmente democrático que no 
discrimina por razones económicas o de aptitud .


Surgido de todas estas confluencias, algunas poco conocidas o visibles, el fútbol quizás sea hoy por tanto el producto comercial mejor diseñado del mundo y de nuestra modernidad. Si por sí mismo el fútbol no existiera, sin duda no se podría haber inventado nada mejor parecido. Pero no es difícil imaginar cómo se hizo tan poderoso partiendo de algo tan simple. Eso es lo que hace de un producto comercial como algo excelso y perdurable: que es simple, que su función se prolongará en el transcurso del devenir del tiempo desde el mismo momento de su aparición y que no admite, como sí, bien sustitutivo. Por supuesto, que también transforme sensiblemente nuestro sistema ecológico de producción y de relaciones humanas, como lo hizo el sílex. Sí, pero también lo hizo el balón: y sí señores y señoras: el de darle patadas.


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